Atacama cambio climático y la competencia externa, los desafios

Desde la Revista del Campo realizan un analisis sumamente detallado del rubro fruticola de uva de mesa en el Valle de Copiapó, junto a varios actores regionales, nacionales e internacionales.

Hoy tienen el riego asegurado para dos temporadas, pero lamentan que se pierda el 80% del agua en el mar. Los aluviones ayudaron a realizar una tarea necesaria: arrancar las parras y poner variedades más productivas. Todo sea con tal de competir con la arremetida de Perú en el negocio frutícola.

 

Han pasado dos años y medio y en Copiapó prácticamente no quedan huellas del devastador aluvión de marzo de 2015. Las calles lucen limpias, el césped crece en la avenida Copayapu y las manchas en las paredes, tras el paso de la mezcla de lodo y basura, ya no están.

 

El resto de la zona muestra un panorama similar. La mayoría de los pozos y canales han sido limpiados y se ha vuelto a plantar donde el río arrancó de cuajo decenas de hectáreas de viñas y cultivos de pequeños agricultores. Se desbloquearon los caminos y la reconstrucción de viviendas, galpones y bodegas, si bien está incompleto, avanza.

 

Es un milagro. Tal vez porque esta región es una suerte de milagro. Al menos en términos agrícolas.

 

Enclavada en el desierto más seco del mundo, hace más de 40 años comenzó la gesta de convertir sus valles en verdes parronales, que se encaraman en cada recoveco de los cerros, a pesar de casi no disponer de agua y a punta de riego tecnificado, permitiendo a la zona florecer productiva y económicamente. Hoy hay más de 11 mil hectáreas de frutales. De ellos, casi 8 mil son de uva de mesa para exportación.

 

Sin embargo, en los últimos años, la lucha agrícola de la III Región se complicó aún más. El cambio climático puso mayor presión sobre la ya escasa disposición de agua y aumentó los riesgos de catástrofes, como los aluviones, impactando los volúmenes de producción. A ello se sumó la creciente competencia en los mercados, lo que ha llevado a que los precios no sean los de otros tiempos. Incluso la temporada pasada se dieron los más bajos que nunca les habían tocado. Si a los menores ingresos se agrega el aumento de costos, como el de materiales, insumos y de la mano de obra, que escasea por la competencia minera, se configura un nuevo mapa de desafíos para la zona.

 

Por ello, aunque este año la situación se avizora promisoria, -pues el agua está asegurada para las próximas dos temporadas, la producción de uvas se espera generosa y el precio promete ser mejor que el de la temporada anterior, aseguran los agricultores locales- los atacameños saben que ellos y el Estado tienen que hacer cambios profundos para continuar con su milagro.

 

la prioridad: el agua

 

Leonardo Gross, director regional de Indap, cuenta que la agricultura campesina se ha visto enfrentada en los últimos años a situaciones muy complejas. «Pero nuestros agricultores han demostrado tener una resiliencia enorme. Los primeros en empezar a ponerse de pie y comenzar a reconstruir fueron los habitantes del mundo rural, y eso que hubo pérdida total en muchos casos, de cultivos, bodegas, viviendas y animales», cuenta.

 

Señala que ya se han habilitado muchos canales y se han limpiado pozos y que en riego la región está normalizada, salvo excepciones puntuales.

 

«Tenemos una disponibilidad hídrica que debemos aprovechar, hay que hacer las inversiones que se perdieron y que van a permitir realizar un uso más eficiente del agua. Esta abundancia es momentánea. El cambio climático es una realidad y tenemos que ser capaces de enfrentar ese desafío con inversiones para proteger los cultivos y asegurar agua cuando tengamos lluvia abundante y utilizarla de la manera más eficiente durante los procesos de sequía», dice vehemente Gross.

 

Dominga Suárez, de 74 años, es una pequeña agricultora del sector Piedra Colgada, entre Copiapó y Caldera. Hasta el aluvión tenía olivos y se dedicaba a la apicultura. El alud la atrapó por dos días en el cerro, junto a su esposo. Perdió incluso su título de dominio y una platita que tenía guardada en un cajón de su cómoda se la llevó el agua. Hasta artrosis le dio debido a todo lo que tuvo que andar, cuenta.

 

Su casa quedó dada vuelta, perdió los árboles y de sus 29 núcleos de abejas se quedó solo con tres cajones llenos de barro. «Las saqué del barro, pobrecitas, y hace poco cambié los cajones para que pudieran seguir formando familia», relata. Gracias a un monto que le entregó Indap, logró salir adelante. Ahora produce aceitunas de mesa.

 

María Cartagena es dirigente campesina. Tenía su casa a orillas del río Copiapó junto a un par de chañares majestuosos, 175 árboles frutales y 10 mil matas de melones.

 

También lo perdió todo. Y el desastre siguió. «Hasta guarenes llegaron. Y luego grillos, que se comieron todas las mangueras y las cintas para el riego. Fue como una peste. Justo estaban dando Moisés en la tele y se mostraban las 10 pestes. Acá era igual», cuenta con una risotada que achican sus ojos celestes.

 

También recibió ayuda del Ministerio de Agricultura. Levantó una casa de emergencia y puso sus muebles en un galpón. Pero el segundo aluvión se lo llevó. «Ni siquiera lloré. Me fui a un motel. Murieron mis animales…», relata.

 

Cuenta que como dirigenta se lleva la peor parte. «Uno como dirigente tiene que ver que todos los agricultores limpien sus pozos, saquen el barro, la mugre de las mineras, y una es la última que tiene que limpiar, para dar el ejemplo».

 

Su pozo está limpio, pero ya no puede plantar melones porque el suelo no está en condiciones. Se le ocurrió que el maíz podría ser una buena alternativa así que plantó y espera cosechar en enero. «Hemos tenido hartos problemas, pero hemos salido adelante. Fuimos los primeros en plantar después del aluvión del 2015. Sacamos poca cosecha, pero lo hicimos», dice.

 

Andrés Saldaña es de la comunidad agrícola Totoral y usuario de Indap. Afirma que lo más positivo que se ha hecho en la región es la primera planta fotovoltaica a nivel nacional. Su mayor inquietud, al igual que la de la mayor parte de los productores, es el agua.

 

Considera que como agricultores pequeños deben tener su propia hoja de ruta.

 

«Estamos sufriendo por las malas decisiones tomadas en los años 80, cuando se separa el Código de Aguas del derecho a tierra. Nos vendieron la pomada de la minería sustentable en los 90 y hoy se ha demostrado con creces que ha sido todo lo contrario. Aquí ha habido una devastación de un valle, la pérdida de biodiversidad, de microclima, del recurso más importante, que es el agua. Es el Estado el que debiera reivindicar esos derechos usurpados. Nos quieren imponer las plantas desaladoras como política nacional y el Código de Aguas dice que cuando hay necesidad de la población es deber del Estado de impugnar el agua y eso no se está haciendo», enfatiza.

 

Más allá de los cuestionamientos al pasado, la lucha de muchos sigue. Eduardo Pérez, presidente del Consejo Agrícola Regional, CAR, y miembro de la Junta de Vigilancia del río Copiapó, reconoce que la situación hídrica ha sido dura, pero dice que le gusta luchar por la Tercera Región.

 

«Estuvimos 7 meses sin agua, destapando tubos y canales. Después pudimos llegar con agua a los predios, pero hay algunos que todavía tienen medio metro de barro. Los agricultores más esforzados han plantado arriba del lodo. Seguimos haciendo agricultura, no hemos dado el brazo a torcer. Para ser agricultor después de dos aluviones hay que tener cuerpo y espíritu», sostiene.

 

detener la pérdida

 

Los agricultores de la región cuentan que lo usual era que cada 15 o 20 años se produjera una lluvia fuerte y eventualmente un aluvión. Por eso que lo que ha pasado en los últimos dos años los tiene desconcertados. «Uno no sabe qué hacer, anda en sobresalto», dice María Cartagena.

 

Muchos han asistido a charlas sobre el cambio climático y saben que el clima está cambiando. Les han explicado que ya no habrá tanta nieve en la cordillera y que podría haber eventos de lluvias intensas. Como la de este año en que cayeron 65 milímetros en un par de horas. Lo mismo que llueve en todo un año normal.

 

«La pequeña agricultura goza de un conocimiento intrínseco de la naturaleza», cuenta Leonardo Gross. «A lo mejor no es muy científico, pero debido al conocimiento que tienen de su entorno les hace sentido que el clima está cambiando, que tenemos una situación inesperada, que no sabemos hacia dónde va a evolucionar. Eso el agricultor lo sabe, lo maneja, está en su análisis de cultivo de la próxima temporada», afirma.

 

Lo que no se sabe es qué tan largos van a ser los ciclos de sequía y por eso el tema del agua es prioritario.

 

Pese a que ha llovido más de la cuenta y que el riego está asegurado, lo que preocupa y molesta es que el 80% del agua se pierde en el mar.

 

«Son al menos 1.500 metros cúbicos por segundo», explica Eduardo Pérez. Y agrega que los trabajos en el río Copiapó para ensancharlo no están bien hechos. «Es una tierra suelta. Estamos pidiendo hacer piscinas para contener el agua, pero el Estado no lo permite. ¿Y qué sacamos con ver pasar el agua si no estamos recargando la cuenca en Copiapó? Esa es la pregunta que le hago al Estado».

 

prepararse para la competencia

 

Entre Copiapó y el embalse Lautaro hay un estrecho valle de más de 100 kilómetros. Lo cruza el río del mismo nombre y está tapizado por parronales con uva de mesa. El primero en plantar parras ahí fue Alfonso Prohens Arias, en 1948. Fueron solo unas pocas. En la década siguiente comenzó a exportar de manera experimental. Pero fue en la década del 80 cuando esta zona dio un salto gigantesco de la mano del riego por goteo y con Prohens como uno de los productores más grandes.

 

El año 1996 vendió la tierra a sus 9 hijos. «A mí me tocaron menos, 40 hectáreas, por estar en un lugar privilegiado, donde están los packings», dice Alfonso Prohens Espinosa. Hoy tiene 121 hectáreas en producción.

 

El año 2015 tenía 134 hectáreas. El aluvión le robó 30. Por suerte, fue en marzo y ya había cosechado, explica.

 

Hoy está optimista respecto de la producción y del precio para la temporada 2017-18. Ha estado haciendo cambios profundos, como la plantación de nuevas variedades más productivas. Lo hace por dos razones: el cambio climático y el surgimiento de nuevos competidores, particularmente Perú.

 

El otro es EE.UU. que, también, debido al cambio climático, ha incursionado en variedades más productivas y de cosecha tardía y se topa con los primores atacameños.

 

«Antes del aluvión ya estábamos en la idea de plantar nuevas variedades. Fui el primero que tuvo red globe, pero hoy es una variedad que no tiene futuro porque tiene semillas y los mercados no quieren semilla. Hay que reconvertirse porque antes con la red globe se producían 1.800 cajas por hectárea y ganaba plata y ahora con 3 mil cajas empato. Estábamos en ese proceso de cambio y vino el aluvión», dice.

 

Por suerte, añade, las parras que se llevó el aluvión eran red globe. Actualmente tiene variedades sin semillas, como thompson y flame y está intentando con nuevas como melody, timpson y ralli.

 

La gracia de estas variedades son dos: mayor productividad y más tiempo de poscosecha.

 

«Hay que replantar todas las hectáreas», dice enfático. «El que no lo haga está sonado. Hay que apostar al mayor rendimiento, al menos 2.200 cajas por hectárea».

 

Eso sí, alega que necesitan que les vendan las plantas y afirma que los viveros debieran haber hecho en todas las zonas unas muestras con todas sus variedades. «Está mal planteado y Perú nos va a ganar», advierte.

 

En cuanto al agua, afirma que siempre es un bien escaso así que en la región están acostumbrados a tener poca y que, por eso, se han preocupado de aumentar el rendimiento. Afirma que «cuando se inició el riego por goteo se ocupaban 17 mil metros cúbicos por hectárea y ahora, con toda la tecnología, estamos entre 10 mil y 8 mil metros cúbicos por hectárea».

 

Joseba Zugadi es el administrador de un campo en el sector Las Juntas, a 100 kilómetros de Copiapó, de propiedad de Parronales Tinamou Agrícola, un fondo de inversiones norteamericano que en sociedad con Subsole administra tres campos que suman 300 hectáreas de uva de mesa.

 

Para Zugadi este puede ser un buen año frutícola en términos de disponibilidad de fruta, aunque en lo comercial de nuevo aparece Perú. «El precio no es algo que manejamos, lo hace el mercado y depende de qué pasa en Estados Unidos y Perú, que hace mucho ruido. Sin embargo, hoy se habla de 30% menos de fruta en Perú debido a los aluviones, lo que es positivo para Copiapó».

 

Respecto del agua, aclara que pese a que están a 10 kilómetros del embalse Lautaro, que se encuentra en su tope, el 80% a 90% de la uva de mesa se riega con agua subterránea, es decir, con pozos. Y es en ese punto donde también puede contar buenas noticias.

 

«Todos los pozos (desde el 2015) se han recuperado de manera importante. Tenemos algunos cuyo nivel estático estaba en 70 metros (de profundidad) y hoy están en 20 metros, e incluso algunos a 11 metros. Hay una muy buena recuperación y nuestra disponibilidad de agua es más consistente», afirma.

 

Lo importante de tener un tranque lleno, continúa, es que eso permite que los usuarios del río Copiapó tengan más agua para sus cultivos de hortalizas y de olivos en la parte baja. «La recuperación de los pozos también está en relación con la disponibilidad del tranque Lautaro. Si nuestro río Copiapó esta con agua, un porcentaje se infiltra y entra a los pozos. Además, en la Junta de Vigilancia estamos haciendo trabajos para que más agua pueda infiltrarse», señala.

 

Se refiere a hacer piscinas de decantación que hagan más lento el escurrimiento, para que el agua penetre hacia las napas. Actualmente hay un proyecto en este sentido en la parte baja de Copiapó, otro en el sector Jotabeche y en Hornitos. Estas son obras privadas, aclara.

 

Uno de los problemas que les ha traído la eficiencia, es que en ocasiones tienen que pagar multas por el agua que no usan. Alfonso Prohens dice que hubo muchos agricultores que no pudieron ocupar sus pozos por el aluvión y que tuvieron que pagar $15 millones en multas. «Debieran premiarte por no ocupar el agua más que castigarte», dice.

 

A pesar de que es un buen año, desde el punto de vista hídrico, también hay preocupación.

 

«Tenemos registros de que en el valle de Copiapó ingresan entre 40 y 50 millones de metros cúbicos de agua al año, como promedio histórico. Lamentablemente, nuestro embalse se construyó a fines de los años 40 y no recarga los acuíferos hacia abajo, sino que se va a un valle transversal. No se refleja en aumento de caudales de los pozos. Hay algunos estudios antiguos que indican que el agua se va a otro sector, pero no sabemos dónde», explica Timothy Taffe, presidente de la Junta de Vigilancia del río Copiapó y administrador de tres campos de Agrofruta, que suman 550 hectáreas.

 

Por lo mismo, Prohens y Zugadi afirman que el Lautaro 2.0 es prioritario.

 

Taffe explica que actualmente el embalse tiene 18 millones de metros cúbicos y este año le han entrado 110 millones de metros cúbicos. «De esos, un porcentaje se ha tenido que soltar por el río, porque después de los aluviones de marzo se rebalsó un embalse en la Cuarta Región y nos están pidiendo que dejemos 5% de resguardo para eventuales crecidas así que estamos obligados a soltar más agua de la que necesitamos como una medida de seguridad. Perder 2 metros cúbicos en el desierto de Atacama es la peor gestión que podemos hacer. Tenemos agua dulce de sobra y vemos como se pierde en el mar», se lamenta.

 

La solución, para evitar las filtraciones, es revestirlo. Taffe dice que las conversaciones partieron con el primer gobierno de Bachelet, pero que no hubo avances. Luego, con Piñera, lograron traspasar la propiedad del embalse del Estado a la Junta de Vigilancia y así poder impulsar los estudios de mejoramiento.

 

«Ahora, con este gobierno, hemos logrado que el ministro de Agricultura, Carlos Furche, meta el embalse dentro del comité de ministros como una prioridad nacional y hoy, de hecho, estaría dentro de las prioridades. Pero para llevar a cabo eso como privados nos piden una cantidad de estudios que no teníamos considerados. Antes teníamos un presupuesto de $ 750 millones en estudios y con los adicionales se llega a $ 1.600 millones y no contamos con esos recursos», relata.

 

Y la última semana les cayó un balde de agua fría: el proyecto no quedó como prioridad en el presupuesto nacional del 2018.

 

Sostiene que más que la plata, este es un tema de voluntad. Han ido a golpear puertas de políticos, a la Intendencia, pero les piden más estudios. La Junta de Vigilancia tiene la plata para hacer las piscinas de decantación y cuentan con el compromiso de algunas compañías mineras las que les facilitarán maquinaria para realizar las obras. “Pero el Gobierno nos pide estudios, como dónde hacer la mejor zona de infiltración. Oiga, eso no tiene sentido si se nos están perdiendo 3 mil metros cúbicos. Aunque sea ineficiente el lugar donde se hagan las piscinas igual voy a estar recuperando algo de agua. Y esos estudios se demoran 3 meses en hacerlo. La contingencia es hoy día, cuando se está perdiendo el agua».

 

Búsqueda de nuevos mercados

 

El agua y el barro del aluvión destruyeron mucho, pero algunos aprovecharon para hacer los cambios que necesitaban. Taffe fue uno. El de 2015 les llevó 70 hectáreas y el de mayo de este año 40 más. Pero no se lamenta porque justo estaban en proceso de recambio de variedades. «Solo nos obligó a tomar decisiones más apuradas. El aluvión se llevó los parrones más viejos y todo eso ya está replantado. Lo mismo pasó en el valle, donde unas 600 hectáreas ya han sido replantadas», afirma.

 

Sí reconoce que EE.UU. y Perú están obligando, además de al recambio varietal, a atrasar producciones. Sostiene que antiguamente a EE.UU. se les acababa la fruta a fines de octubre y en Copiapó partían incluso el 26 de octubre. «Hoy estamos atrasando nuestros manejos para salir a fines de noviembre y primeros días de diciembre y así hacerle el quite a la producción tardía de California y la de Perú».

 

Sin embargo, reclama que Chile está compitiendo en desventaja porque los norteamericanos son dueños de las variedades nuevas, mejoradas, con potenciales distintos a las de acá. «Y el sistema de plantar de Perú es más fácil que el nuestro. Pueden plantar y pagar el royalty sin mayores problemas. En Chile se crearon unos clubes a los cuales tienes que pertenecer para poder plantar y esos clubes son bastante acotados. Generalmente, los genetistas buscan superficies más grandes y si hay un productor que tiene más hectáreas, le van a dar preferencia. Acá el 60% de los productores son medianos y chicos así que cuesta que tengan acceso a variedades nuevas».

 

Zugadi comparte y agrega que Perú no tiene volúmenes tan importantes de uva, pero que en los últimos 10 años están creciendo a tasas del 10% a 15% anual. Además, no producen mala uva.

 

«Cometieron un error al plantar red globe en el sector de Piura, porque los chinos son los únicos que compran esa uva, pero ya la están arrancando y están plantando variedades sin semillas».

 

Para Prohens es esencial buscar nuevos mercados ante lo que pasa con Perú y Estados Unidos.

 

Taffe afirma que en general el sector exportador chileno es súper dinámico y que tras la crisis subprime se exploró mucho en América Latina, el lejano Oriente y hoy se manda fruta a todo el mundo.

 

«Uno trabaja con productos perecibles y estos viajes a Japón y Corea duran entre 45 y 50 días. Y Perú se demora un poco menos», advierte.

 

La idea de cambiar de cultivo ronda en la cabeza de algunos agricultores.

 

En el pasado se ha intentado con nectarines, tunas, granados, limones y mandarinas. Todas esas especies dan, pero no generan suficientes utilidades. Sobre todo, si se las compara con la uva de mesa.

 

1.500

M3 POR SEGUNDO es la cantidad de agua que no se está acumulando este año.

 

15

A 20 AÑOS ERA EL lapso entre una lluvia fuerte y otra. Ahora han sido cada dos años.

 

2.200

CAJAS POR HA

debería ser el mínimo que entreguen las nuevas variedades para ser competitivas.

 

110

MILLONES DE M3

han ingresado al Lautaro este año. Solo hay 18 millones de m3. El resto se perdió.

 

60%

DE LOS AGRICULTORES

son medianos o chicos, lo que complica el cambio de variedades

 

FUENTE REVISTA DEL CAMPO